PALESTINA: HAMÁS MARCA EL CAMINO

Augusto Zamora R.

Sabíamos lo que vendría a continuación. Israel con ataques devastadores sobre Gaza, bloqueo y castigo y destrucción sin límites contra la población civil. La imposición de un sitio implacable, al estilo medieval, dejando sin agua, luz ni alimentos a la población de la franja de Gaza, que es crimen de guerra, uno más de los miles acumulados y que los hipócritas de Occidente justifican.

Sin embargo, por más palabrería, invocaciones a Yavé y amenazas apocalípticas que espeten sus políticos y militares, es poco más lo que puede hacer el Estado sionista. Si pudieran, exterminarían a los dos millones de palestinos que viven en Gaza, pero, claro, eso sería inadmisible y podría llevar a la muerte prematura de Israel. Lo cierto es que nada ni nadie podrá contrarrestar el golpe demoledor asestado por Hamás al Estado sionista, un golpe tan espectacular en forma, fondo y resultados que equivale a la peor y más humillante derrota que pueda sufrirse en un campo de batalla.

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Los mitos sobre los que Israel asentaba su existencia como Estado han quedado en papelillo. Porque el Estado sionista había construido su imagen interna y externa sobre tres pilares, inspirados en la Torá: la invencibilidad de sus fuerzas armadas; la capacidad omnisapiente de sus cuerpos de espionaje, que, como Dios, lo sabían todo de todos, y la idea del territorio de Israel como tierra sagrada intocable, infranqueable e inviolable. Esos tres pilares fueron dinamitados de golpe por Hamás, una organización de unas decenas de miles de combatientes voluntarios dispuestos a todo, recluidos en un campo de concentración de 360 kilómetros cuadrados que llamamos Franja de Gaza.

A Hamás lo apoyan tres países: Qatar, Irán y Turquía, con volúmenes de ayuda que están a cien galaxias de la que recibe Israel, no sólo de EEU, sino también de Alemania y Francia, entre otros países europeos. De ahí el impacto múltiple y multiplicador de la heroica y espectacular operación de Hamás, cuyos efectos y consecuencias serán amplios y diversos en el tiempo. Veamos algunos de esos efectos y consecuencias.

El movimiento palestino estaba moribundo, resultado de la corrupción e inoperancia de la OLP. Israel se paseaba sobre las tierras palestinas, ocupando más y más territorio y derrumbando casas para expulsar a más palestinos. El espacio lo ocupaban colonos sionistas, armados hasta los dientes y protegidos por autoridades y jueces israelíes. Estos colonos son la versión judía de los pioneros del Oeste, que avanzaban conquistando tierras y matando indios, bajo la protección del ejército de EEUU. La operación político-militar de Hamás ha hecho estallar esa dinámica. De sopetón, el movimiento de liberación palestino ha resucitado y será muy difícil para Israel y EEUU (y sus fichas árabes) devolverlo al cementerio político. Más aún: Hamás ha desplazado de facto a la OLP como un actor necesario de Palestina, aunque la llamen terrorista.

Hamás ha lanzado un torpedo a la línea de flotación de la política de EEEUU en Oriente Próximo, basada en los llamados Acuerdos de Abraham. Estos acuerdos llevaron, en septiembre de 2020, al reconocimiento de Israel por Emiratos Árabes Unidos y Baréin, gracias a las presiones de EEUU. Washington tenían casi listo el siguiente paso -verdadera culminación de su política-, que era el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Israel y Arabia Saudita.

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Tal acuerdo habría significado el entierro de la causa palestina y la imposición de un orden político y militar manejado por EEUU en beneficio de Israel. La exitosa acción de Hamás y el martirio palestino, que ya está ejecutando Israel contra Gaza, obligará a una reculada a los sauditas, conscientes de que respaldar a Israel en estos momentos provocaría el repudio general de árabes y musulmanes. Y, peor aún, dejaría a Irán como único e insobornable adalid de la causa palestina. Como afirmó Hussein Ibish, investigador del Instituto de los Estados Árabes del Golfo en Washington, “Hamas arrojó una bomba en la habitación. El objetivo es empujar a los israelíes a tomar represalias que hagan imposible que los sauditas avancen con la normalización”. En Hezbolá hicieron una lectura similar.

Tras calificar la acción de Hamás de “operación heroica”, expresaron que era un “mensaje al mundo árabe y musulmán (…), en particular a quienes buscan normalizar sus relaciones” con Israel. Tiro certero el de Hamás en este ámbito.

Hamás ha sacudido a los gobiernos árabes y les ha puesto ante el espejo de su traición o indiferencia hacia la causa palestina. Ningún país árabe podrá, en las nuevas circunstancias, darle la espalda a Gaza o actuar como si no existiera. No, al menos, sin pagar un alto costo político, sobre todo ante su propio pueblo, de general abiertamente pro palestino. La acción de Hamás obligará a los gobiernos árabes cómplices a tomar posición, de forma que les ha puesto, hoy, entre la espada y la pared.

Si nosotros, desde Latinoamérica, nos hemos sentido profundamente estremecidos, asombrados y admirados ante la audacia de Hamás, hagan números sobre el efecto que está teniendo entre los propios palestinos y los pueblos árabes y musulmanes. La acción de Hamás es un tsunami político entre dichos pueblos, distintos de sus gobiernos en tantas y tantas cosas. Hamás les ha devuelto orgullo y dignidad, maltratadas después de medio siglo de fracasos. Más importante aún: les ha hecho ver que Israel no es invencible; que se le puede atacar y hacer daño. Que es posible vencer al enemigo sionista+. Hamás les ha devuelto, en un golpe espectacular, la esperanza en la victoria.

La tambaleante estructura hegemónica de EEUU en Oriente Próximo y Medio ha recibido un golpe de los que resquebrajan esas estructuras. Su política exterior, dominada desde hace décadas por el lobby judío, se está volcando con Israel, sin atender en nada a sus aliados árabes. Esta posición era posible en 2006, cuando la guerra de Israel contra Líbano y Hezbolá, porque el poder de EEUU estaba en su apogeo. En 2023, con su poder en declive y embarrado hasta el cuello en Ucrania, hacer lo mismo tendrá un costo alto. Para empezar, Arabia Saudita, la pieza clave de EEUU en la región, tiene en China a su mejor socio comercial y en Rusia a su principal aliado en materia energética.

Hace escasas semanas, RTX, la antigua Raytheon, decidió cancelar un acuerdo sobre armamentos con Arabia Saudita, por 25.000 millones de dólares -con beneficios de 17.000 millones más-, porque temía que tecnologías ultra secretas pudieran acabar en manos de Rusia o China. Es el primer contrato de esa naturaleza que se cancela entre los dos países. No fue una decisión baladí.

En 2018, el príncipe heredero Mohammed bin Salman, estableció el objetivo de aumentar la producción local de armas en el país del 2 al 50% para 2030. Así obtendría una necesaria transferencia de tecnología y podría tecnificar el país y a su propia gente. La ruptura del contrato, por tanto, sirve de medida de la desconfianza creciente de EEUU hacia los sauditas. La acción de Hamás, en esta coyuntura, es como echar limón en una herida abierta.

Irán. Dependiendo de lo que puedan hacer en un futuro inmediato Arabia Saudita y Qatar, puede quedar como el principal portaestandarte de la causa palestina, lo que acrecentaría su influencia en el mundo árabe-musulmán. Quedan lejos los años de país paria, de penuria y subsistencia. Hoy Irán es una de las grandes economías emergentes y el país islámico más avanzado en industria, ciencia y tecnología. Irán ocupa el vigésimo puesto entre las mayores economías del mundo por paridad de poder adquisitivo, que es el valor que verdaderamente cuenta en economía. Con 86 millones de habitantes, no es Irán un país al que desafiar alegremente, y eso lo saben Israel y EEUU. En la guerra total entre Israel y Hamás, el apoyo iraní es el único garantizado a los palestinos.

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Israel emerge como perdedor en todos los parámetros. Políticamente, Hamás le ha dado una bofetada en toda la cara, en público y en privado, demostrando que no es tan feroz el lobo como se pinta el propio lobo. Los servicios secretos, considerados el oído de Dios, han hecho un ridículo espantoso, sobre todo porque la operación de Hamás implicó a tanta gente que era casi imposible no sospechar un mínimo, pero pasó. Un deterioro similar ha sufrido el ejército israelí, presentado como invencible. Sus soldados no sólo fueron superados por la milicia palestina, sino que decenas de ellos fueron capturados. La misma gente de Hamás, al parecer, estaba sorprendida de la escasa resistencia que ofrecieron los soldados israelíes, tan poca, que ocuparon varias bases militares, vehículos y hasta destruyeron un tanque. Un Afganistán para Israel.

Queda por anotar el factor psicológico, tan relevante en todo. Hamás ha roto la campana de cristal en la que vivían los israelíes. La ‘cúpula de hierro’ ha resultado un queso gruyere, atravesada por entre 4.500 y 7.000 cohetes palestinos, una cifra portentosa. Kibutz, poblaciones y bases militares fueron ocupadas. Toda la parafernalia de vigilancia de sus fronteras saltó por los aires. Ahora los israelíes saben que no viven en un país inexpugnable.

Que son tan humanos como los palestinos y que pueden morir como ellos. Más de 900 muertos, 2.600 heridos y un centenar largo de secuestrados y prisioneros son cifras contundentes, más tomando en cuenta la nimiedad que es Gaza. Si a ello se agrega el daño causado por los miles de cohetes lanzados, queda un panorama devastador de cara al futuro. Porque se inicia una nueva etapa que poco se parecerá a la pasada. Israel se sabe ahora mortal y vulnerable y ese tipo de heridas tiene mala cura, por más tanques y tropas que acumulen contra la tantas veces devastada Gaza.

Conviene no olvidar que Israel es una isla sionista rodeada de un océano musulmán, que guarda grandes similitudes con los reinos cristianos impuestos por las cruzadas. Tampoco olvidar que Israel depende en casi todo de EEUU y Europa. No tiene minerales, ni energía, ni retaguardia estratégica.

La guerra de 1973 contra Egipto y Siria no la perdió Israel porque EEUU envió en dos días 26.000 toneladas d armamento y pertrechos bélicos y, no menos importante, hizo que las petromonarquías del golfo presionaran a Egipto y Siria para que aceptaran el alto un fuego que, obviamente, beneficiaba a Israel. Sin EEUU, Israel resistiría semanas antes de ser finalmente barrido por los ejércitos árabes y musulmanes, como Saladino batió a los ejércitos cruzados, periodo recreado con buen tino por Ridley Scott, en su maravillosa película “El reino de los cielos”. La dependencia es tal que, de facto, una guerra con Israel equivale a una guerra con EEUU, similar a la de Ucrania. EEUU está en guerra con Rusia con soldados ucranianos. Los árabes se han enfrentado a EEUU que combate con soldados israelíes.

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La brutal campaña que prepara Israel contra Gaza no cambiará Oriente Próximo. El modelo de destrucción, tantas veces empleado, dejará un escenario de destrucción y sangre que será sólo eso, destrucción y sangre. Ha fracasado en el pasado y fracasará en el presente.

Netanyahu dice que Israel cambiará toda la región. Un tapazo, nada más, como dicen en Nicaragua. Israel carece de fuerza y medios para cambiar nada, menos en un mundo tan inmerso en una transición histórica de poder, de Occidente a Oriente. Lo dicho. Israel como el último reino cruzado. En 1098, Balduino de Boulogne conquistó Edesa (hoy Urfa, en Turquía), y creó el Condado de Edesa, el primero de los reinos cruzados. En 1291 cayó la fortaleza y puerto de Acre, último dominio cruzado en tierras palestinas. El Reino de Jerusalén existió un tiempo en Chipre y luego desapareció. Los reinos cruzados resistieron casi dos siglos por el flujo constante en hombres y recursos que llegaban de la cristiana Europa. Cuando aquel flujo acabó, los reinos se fueron derrumbando, uno tras otro. Tal parece ser el destino de Israel cuando empiecen a escasear los flujos de EEUU. Sin población, en territorio ajeno, rodeado de enemigos, sin retaguardia estratégica, ¿qué le queda al sionismo, salvo la aplicación indiscriminada del terror, mismo que emplearon los cruzados para crear y sostener aquellos reinos?

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