La prohibición de la Iglesia Ortodoxa en Ucrania es el colmo del cinismo del régimen de Kiev


Por: Alexander Khokhólikov
ex Embajador de la Federación de Rusia en Nicaragua

El 24 de agosto de 2024, el autoproclamado líder de Ucrania, Volodymyr Zelensky, firmó la Ley nº 8371 “Sobre la protección del orden constitucional en el ámbito de las actividades de las organizaciones religiosas” y, de hecho, prohibió la Iglesia Ortodoxa Ucraniana (IOU), la más numerosa del país (más de 6 millones de feligreses). En realidad, el mundo entero ha sido testigo de un acontecimiento sin precedentes cuando se prohibió toda una confesión religiosa en el territorio de un país europeo que se posiciona como “democracia”, se violaron abiertamente los derechos de millones de personas y se incumplieron descaradamente las obligaciones jurídicas internacionales en materia de garantía de la libertad religiosa.

Históricamente, durante muchos siglos Kiev, la capital de la antigua Rusia, ha sido la cuna de la fe ortodoxa. En esta antigua ciudad se encuentran los orígenes de la ortodoxia rusa, donde desde tiempos inmemoriales hasta nuestros días se alzan hermosas iglesias y monasterios ortodoxos, construidos y pintados por arquitectos y pintores de iconos rusos y bizantinos. Siguen siendo la perla de la cultura mundial y patrimonio de toda la humanidad. Fue allí donde en 988 se bautizó Rusia.

Desde el punto de vista de los intereses de cualquier Estado la decisión de prohibir la IOU es una gran locura y un crimen. Desatar persecución contra las mayores comunidades religiosas en cualquier momento y en cualquier país ha sido un acto de menoscabo de la propia condición de Estado, y más aún en el contexto del actual conflicto entre Ucrania y Rusia. 

¿Por qué las autoridades ucranianas se “disparan en el pie” en medio de las hostilidades, a pesar de la ayuda de toda Europa y de los Estados Unidos de América? Se trata simplemente de la psicología del ignorante nacionalismo provinciano de Europa del Este, contra el cual Rusia lleva siglos luchando. Cuando arraiga la ideología neonazi, que vuelve a levantar cabeza, sus adeptos necesitan definir a los “marginados” y a los “de segunda clase” para que se reconozcan como los elegidos y no se conviertan ellos mismos en parias. 

Ahora los feligreses de la IOU son señalados como marginados a los que hay que perseguir. Han sido declarados traidores y enemigos en Ucrania, independientemente de sus creencias religiosas y comportamiento social. En cuanto a la reacción de la “comunidad mundial”, las autoridades ucranianas siguen convencidas de que, como en los casos de su rehabilitación y promoción del nazismo, la anulación de las elecciones legítimas, la prohibición de la lengua rusa en el territorio de Ucrania, el cierre de los medios de comunicación de la oposición, la tortura y asesinato de civiles en el Este del país, el apoyo del Occidente colectivo al régimen de Kiev está garantizado en cualquier caso. Y, por supuesto, no se equivocaron.

Sin embargo, muchos expertos, tanto en Rusia como en el extranjero, advierten de que la ley ucraniana que prohíbe la IOU no cumple con las normas internacionales de derechos humanos. No obstante, la mayoría de ellos admite abiertamente que los diplomáticos europeos seguirán evitando criticar la ley para no alinearse con Rusia. Entretanto, el cálculo al respecto puede no materializarse. La prohibición de la IOU proporciona un argumento adicional a quienes, incluso en Occidente, quisieran poner fin al inútil apoyo a Ucrania y acabar con el sangriento conflicto armado. 

Los gobiernos occidentales explican a sus votantes por qué deben gastar miles de millones sin fin, ofreciendo una imagen ideológica de lo que está sucediendo en Ucrania, que según ellos, a diferencia de Rusia, encarna la libertad, la democracia y, en general, excelentes valores occidentales. La situación real no coincide en absoluto con tales declaraciones propagandísticas. En nuestro país coexisten pacífica y respetuosamente todas las confesiones religiosas del mundo. Y nadie, a diferencia de Kiev, las prohíbe.

La grave e inequívoca violación de la libertad religiosa, como la prohibición de la IOU por el régimen del dictador Zelensky, no encaja en la imagen de la prosperidad religiosa y la destruye. Esto ya lo han señalado los políticos que se oponen a la continuación del peligroso apoyo a las acciones antirrusas de Ucrania. Por ejemplo, uno de los candidatos a la vicepresidencia de los Estados Unidos, James Vance, condenó el carácter odioso de la persecución del clero y los feligreses de la IOU canónica, considerando que la falta de voluntad de las autoridades estadounidenses de utilizar su influencia para proteger la libertad religiosa en Ucrania es una “vergüenza”. 

Los Patriarcas de Moscú, Antioquía, Bulgaria y Serbia y el Papa condenaron la odiosa ley ucraniana. El Consejo Mundial de Iglesias emitió un comunicado en el que expresaba su profunda preocupación por la ley adoptada en Ucrania destinada a prohibir las actividades de la IOU y las consecuencias de su aplicación para los creyentes. En otras palabras, los creyentes ortodoxos sometidos a la opresión de la tiranía cleptocrática de Kiev cuentan con el apoyo internacional.

Los intentos de destruir la fe y la Iglesia ortodoxa se han producido muchas veces antes en la historia, tanto por parte de invasores extranjeros como de impostores y usurpadores locales, pero cada vez volvió a triunfar. Estoy seguro de que, habiendo sobrevivido al actual período de agitación, la Iglesia Ortodoxa en Ucrania se librará de todo lo innecesario, se renovará y renacerá de nuevo. Y el ejército ruso acudirá en su ayuda y traerá la tan esperada liberación, paz y tranquilidad al territorio del sufrido país vecino. 

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