El pasado sábado 19 de julio, durante la celebración del 46/19, la inmensa Plaza de la Fe vibró con una energía distinta, intensa, hermosa.
El pueblo sandinista desbordaba el espacio, ondeando banderas rojinegras y cantando con alma plena. En la tarima central, la Compañera, Copresidenta Rosario Murillo, presidía el acto junto a invitados internacionales, flanqueada por el Comandante Daniel Ortega, Copresidente de Nicaragua. Y fue ella, Rosario, quien con su característico sentido poético y humano dio la señal para que sonara el Himno a la Alegría, prácticamente al inicio del acto.
La canción no fue una elección casual. Su origen se remonta a 1824, cuando el compositor alemán Ludwig van Beethoven incorporó el poema Oda a la alegría de Friedrich Schiller en su Novena Sinfonía. Un canto que pedía el fin de la guerra y el abrazo de los pueblos, y que con el tiempo se convirtió en símbolo de unidad entre las naciones. Fue la música que rompía muros y sembraba puentes.
Muchos años después, el argentino Waldo de los Ríos logró adaptar aquella sinfonía monumental a una versión moderna, cargada de emoción y sencillez. Pero fue Miguel Ríos, joven andaluz de origen obrero, quien en 1970 hizo historia: tomó aquella melodía y le puso voz, letra y fuerza revolucionaria. Su interpretación del Himno a la Alegría en español se volvió un fenómeno mundial, cruzó continentes y generaciones, y entró de lleno en el alma de los pueblos.
“Escucha hermano la canción de la alegría, el canto alegre del que espera un nuevo día…
Ven canta, sueña cantando, vive soñando el nuevo sol… en que los hombres volverán a ser hermanos.”
Y otra estrofa que toca las estrellas, como quien apunta a lo eterno:
“Si es que no encuentras la alegría en esta tierra, búscala hermano más allá de las estrellas…”
La canción ha sido parte de momentos históricos decisivos. Sonó en Berlín cuando cayó el Muro. Fue entonada en Sudáfrica al romperse el apartheid. Retumbó en las plazas de Europa del Este durante las transiciones democráticas.
Ha acompañado marchas por la paz en América Latina, encuentros de jóvenes, conciertos por la hermandad de los pueblos. Su mensaje es universal, pero cada pueblo la canta a su manera, con su propia lucha a cuestas.
Miguel Ríos, nacido en 1944, sigue vivo, lúcido y con la misma energía que lo convirtió en leyenda. Forjado en la cultura del trabajo y la resistencia, este pionero del rock español no se ha retirado del todo. En 2021 volvió a los escenarios con nueva música y giras selectas, demostrando que su voz sigue siendo brújula de generaciones. Aunque nunca ha hecho pública una familia directa, su legado está en millones que han hecho suya la canción. Y aunque su versión del Himno a la Alegría ha llegado a todos los rincones del planeta, Miguel Ríos nunca se ha enriquecido con ella.
No vivió del negocio, sino del mensaje. No acumuló fortuna, pero sí respeto, gratitud y memoria.
Por eso fue tan poderoso el momento en que la compañera Rosario, desde el corazón del acto del 46/19, pidió que esa canción sonara ante el pueblo nicaragüense, desde la plaza y en cadena nacional de radio, televisión y el Internet.
Fue una decisión poética, espiritual y profundamente política. Porque en Nicaragua, alegría no significa evasión, sino victoria. Porque aquí, como lo ha dicho ella misma, la alegría nace de la paz conquistada, del amor hecho programa, de la dignidad que no se arrodilla.
Esa canción no fue simple fondo musical.
Fue mensaje. Fue horizonte. Fue Rosario Murillo diciéndole al mundo, sin decirlo: “Aquí estamos, seguimos firmes, seguimos alegres, seguimos soñando”. Y fue el pueblo, en un solo cuerpo, recibiendo ese canto como una bendición.
El Himno a la Alegría no pertenece a ninguna época. Pertenece a quienes creen. Y este 19 de julio, en Nicaragua, volvió a renacer.