Cristianismo

Hace más de 2 mil años,Jesús lideró la Revolución del Amor.Revolución cuya meta era, y sigue siendo,construir un mundo de justicia social para toda la humanidad. El Cristianismo, como expresión religiosa,ha demostrado ser una fuerza con incidencia políticay de transformación; así lo registra la historia. Su influencia, desde la fe,tiene un poder enorme sobre el curso de la vida en el planeta.Y, como en todo, este poder puede ser utilizadopara el bien o para el mal. Son los intereses, vicios y virtudes de cada ser humano,de cada individuo que ostenta algún cargo de autoridaddentro de su estructura,los que definen el papel que éste jugaráen el curso de historia que le toca transitar. El Cristianismo, como expresión religiosay fuerza con incidencia política en el mundotiene el deber de seguir el mandato de Jesús;velar por los marginadosy dotarlos de herramientas que le permitan enfrentar la injusticiay luchar por la equidad social e igualdad de oportunidadespara alcanzar el bienestar social y derechos por igual;raíz de la emancipación hacia la libertad. Solamente cumpliéndose estas condicioneses que existirá libertad verdadera del individuo y el colectivo social.Solamente cumpliéndose estas condicioneses que puede existir un sistema democráticoque empodere realmente al pueblo. En el mundo actual,donde la lucha más cruenta se dapor la hegemonía global,el Cristianismo debe velarpor que la humanidad siga el caminoque Jesús señaló para todos. No puede haber poder con ínfulas imperialesque imponga sus dictámenes y caprichospor encima de los sueños y derechos de los pueblos,cuya soberanía y autodeterminaciónjamás deben ser aplastados. Los pueblos tienen el derechode erigir su propio destino.Recorrer la senda señalada por Jesúsy construir el mundo que soñó para la humanidades la meta que nuestra Nicaragua,nuestra América, Latina y Caribeña,nuestro Mundo, sufrido y aplastado por tanto tiempo,debe construir, alcanzar, afianzar y heredar. Juan Carlos Ortega MurilloAgosto 2022

EL IMPERIO DE LA HIPOCRESÍA

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por: Fabrizio Casari El fin de la dominación unipolar de Estados Unidos parece estar cada día más evidente. Nuevos equilibrios se crean a nivel internacional, el nuevo orden que están asumiendo los mercados como consecuencia de los profundos cambios provocados por las guerras y las políticas de sanciones suicidas, prefigura escenarios diferentes a los conocidos hasta hace unos meses que lógicamente tienen sus repercusiones a nivel interno. En Estados Unidos, el actual enfrentamiento político se desarrolla sobre todo en el plano judicial; la Casa Blanca, de hecho, recurre regularmente a la utilización política del poder judicial y al uso descaradamente político del aparato de investigación y represión del país. No puede haber opciones “mejores” ni “menos peores” para valorar a Trump, un personaje que desde todos los puntos de vista – humano, empresarial y político – merece estar en el basurero de la historia, pero la versión liberal de la dominación presenta a veces caras aún peores. Ideológica y políticamente, son dos caras de la misma moneda; las diferencias radican en una ideología más o menos conservadora, en el predominio de una concepción ética o liberal del Estado, pero compartiendo la naturaleza, la finalidad y los valores del sistema. Idéntico es el objetivo, es decir, el mantenimiento de la supremacía estadounidense sobre el mundo; idénticos son los amigos y los enemigos, si acaso difieren las estrategias sobre cómo y cuándo enfrentarse a ellos. Aunque con contenidos muy diferentes, Trump se encuentra ahora en el centro de una iniciativa de lawfare no muy diferente a la que se escenificó para atacar a los exponentes de la izquierda a lo largo y ancho del continente latinoamericano, a la que su administración también ha contribuido robustamente. Pero en la enormidad de las acusaciones vertidas contra él, emerge una sustancial hipocresía del sistema estadounidense, que considera la agresiva y violenta manifestación en el Capitolio (que produjo una víctima) un intento de golpe de Estado. Incluso un centenar de payasos asaltando las oficinas del Congreso es “terrorismo”, mientras que el bombardeo ordenado por Yeltsin sobre la Duma fue considerado una “acción para proteger la democracia”. Para el Capitolio se invoca el terrorismo, pero en el caso de otros países, desde Nicaragua hasta Bielorrusia, donde la intentona golpista ha producido meses de horror, destrucción y víctimas por centenares, se pide la no intervención o, en todo caso, la liberación de los violentos y asesinos porque son “manifestantes pacíficos” cuya liberación incluso se exige. Este estrabismo político tiene que ver, por supuesto, con el hecho de que en el caso de Nicaragua, como en el de Venezuela, Cuba y Bielorrusia – por mencionar los últimos – la organización, financiación y dirección de esos golpes fue estadounidense. Americanos fueron los intereses desestabilizadores, y americana fue la dirección mediática y política internacional que se encargó de presentar los golpes preparados en Langley como protestas espontáneas producidas en Managua como en Caracas, La Habana o Minsk. En el caso del Capitolio, sin embargo, sus efectos concretos están inflados en sus supuestos, desarrollos y consecuencias por razones políticas; porque el asalto al Capitolio, una payasada, hizo legítima o al menos practicable la protesta contra los lugares simbólicos del poder estadounidense como el Congreso, violando así la inviolabilidad del poder norteamericano. El quid de la cuestión es precisamente esa dimensión institucional y el respeto a la vida democrática interna de los países que Estados Unidos no reconoce autoridad a ningún otro país que no sea él mismo. Es la aplicación hipócrita del excepcionalismo del que se sienten portadores, el que también se ejerce en el plano formal al rechazar la autoridad de las instituciones internacionales en su derecho a establecer investigaciones y formular veredictos vinculantes para Estados Unidos, mientras se consideran útiles para cualquier otro país. Desde la Corte Penal Internacional, que puede juzgar y condenar a cualquiera menos a los militares estadounidenses, hasta la OEA, donde Estados Unidos es el anfitrión y el que toma las decisiones sobre los expedientes y las medidas contra todos los países latinoamericanos, pero donde, por estatuto, no se puede juzgar ni condenar a Estados Unidos. Las supuestas acusaciones de represión y brutalidad policial dirigidas a Nicaragua, Cuba y Venezuela, aderezan aún más el discurso público estadounidense de hipocresía. Sin embargo, en los últimos siete años -con administraciones de ambos colores- la policía estadounidense ha matado a 7.665 personas, 1.100 al año, casi cuatro al día. Y sólo en 2021, 1055 personas fueron asesinadas y sólo el 15% de ellas iban armadas, lo que habla de la facilidad con la que la policía estadounidense utiliza las armas de fuego. Estos datos proceden del Washington Post, que señala que desde 2015 las tasas de asesinatos policiales han crecido exponencialmente y que el 24% de ellos son afroamericanos a pesar de que la población africana es sólo el 13% del total. ¿Puede un país con una policía dedicada al asesinato continuo acusar de represión a Managua o Caracas o La Habana? Lo mismo ocurre con las ONG, que desde hace varios años se han transformado en instrumentos de la política de penetración e inteligencia de Estados Unidos en países que Washington considera hostiles. Pues bien, las actividades de las ONG en estos países son fuertemente defendidas por la Casa Blanca y las organizaciones de intervención financiera vinculadas a la CIA, como la USAID, la Freedom House, el Instituto Republicano Internacional, el Instituto Democrático Internacional, y otras fundaciones entre las que destacan algunas europeas, en particular las españolas y las de los países satélites de EEUU en Europa del Este. Pero si bien esto se puede en el exterior, simplemente no es permisible en el interior. De hecho, Estados Unidos prohíbe las actividades de las ONG extranjeras en su territorio. Una parte importante del rechazo del sistema a Trump toca entonces otro elemento fundamental del relato estadounidense del mundo: el del modelo de libertad y elecciones soberanas y transparentes. Unas elecciones en las que, por principio, no se permiten observadores internacionales, pero que Estados Unidos impone a todos

UE: ¿En qué idioma se escribe censura?

Así que la UE está en guerra, pero sus medios de comunicación informan, mientras que en Rusia hacen propaganda. Los rusos no se retiran, son empujados hacia atrás. Los europeos son empresarios y los rusos son oligarcas.

OTAN: Salvar al soldado Ryan

Foto referencia.

paz y el equilibrio internacional, como rezaba su estatuto fundacional; elige la guerra, o al menos la amenaza de ella, como eje central de sus relaciones internacionales

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